La Fiesta de Guía se vive con mucha intensidad y emoción. Sólo se produce una vez al año, y para muchos es una fecha tan especial que se les arruga el corazón, se acuerdan de amigos y seres queridos que ya no están, como suele ocurrir en los momentos más auténticos y elocuentes para la memoria. Por eso antaño las mujeres enramaban con mucho mimo los barcos que salían en procesión. Lo hacían con las flores más vistosas para los vivos y en recuerdo de los que ya no están.
Son los marineros los que viven estos sentimientos con más fuerza por la naturaleza de su profesión. De este gremio ya se tiene constancia en Ribadesella desde la Edad Media. Por aquel entonces llegaban a capturar ballenas y miles de salmones anuales en el estuario. El esplendor de la cofradía llegaría a finales del siglo XIX y principios del XX. La ampliación del puerto en la ría del Sella, gran abrigo para los temporales, trajo consigo un hervidero de barcos y lanchas de todo el Cantábrico, y esto supuso a su vez un gran desarrollo de la industria de salazones y conservas.
La virgen de Guía
La advocación mariana «la virgen de la Guía» está presente en casi toda España de una u otra forma desde el siglo XVI. Los hombres de mar, navegantes y emigrantes se acogían de un modo muy particular bajo su protección. El milagroso origen de su figura, rescatada flotando en altamar, es común en los relatos sobre la aparición de las tallas. Ribadesella, villa abierta al mar como pocas, además de puerto pesquero fue también sede de la emigración ultramarina desde el oriente de Asturias y muelle de materias primas para grandes cargueros; en todos los casos la tutela de una virgen marinera era deseable y muy bien venida.
La patrona de los marineros y guardiana del puerto, tuvo desde siempre su propia atalaya en el monte Corberu; a resguardo de las inclemencias, en una coqueta ermita que lleva su nombre. Un promontorio marino, una pequeña península que en otro tiempo fue también un emplazamiento militar para defender el pueblo de navíos enemigos, piratas o conquistadores. En la actualidad es sencillamente uno de los miradores más bellos y completos del país por la inolvidable panorámica que nos regala. Mirando al horizonte podemos llegar a sentir como nuestras preocupaciones más superfluas se las lleva la brisa hasta la inmensidad del océno.

La procesión marítima
El día grande de las fiestas de Guía se celebra a comienzos de julio, el fin de semana más próximo al día 7. Durante los nueve días anteriores se celebra en la ermita un novena religiosa acompañada del sonido recurrente de «la Rula», la sirena de la lonja. Un eco perfecto para la nostalgia, pues así sonaba antaño al dar la bienvenida a los barcos que volvían de faenar. O más fuerte e insistente aún, como señal de alerta para advertir que alguna lancha o barco se encontraba en situación comprometida en la bocana del puerto, precisando la ayuda de todos.
La víspera del día grande de las fiestas tiene lugar una emotiva procesión nocturna que da comienzo hacia las 22:00 horas. Los costaleros son cuatro marineros que, acompañados de un séquito de riosellanos vestidos de marineros y rederas, descienden a hombros a la virgen por la ladera del monte Corberu. Desde la capilla hasta la iglesia. Todos en silencio, formando una larga hilera, a la luz de las velas, con la rula lanzando una letanía sonora sobrecogedora que tan sólo rompe de vez en cuando una calculada salva de cohetes pirotécnicos. La estampa es única. Una vez en las calles de la villa, la comitiva realiza las acostumbradas paradas en la Plaza del Mercáu y en el puerto pesquero, frente a la cofradía, donde el coro local La Fuentina interpreta la Salve Marinera.

Al día siguiente, tras una misa solemne en su honor, la virgen de Guía sale de la iglesia dirección al muelle para subirse a bordo de un barco y presidir una procesión marinera que no tiene hora fija, pues depende de los horarios de la marea. Como el día anterior, acompañan a la virgen un centenar de pescadores y pescaderas debidamente ataviados, así como los integrantes de la Danza de Arcos, una agrupación folklórica genuinamente riosellana y de orígenes también marineros.
Es este un acontecimiento que nadie quiere perderse y que suele dar el pistoletazo a la temporada veraniega en Ribadesella. Una colorida flota de barcos de pesca engalanados para la ocasión, además de lanchas y embarcaciones deportivas de todo tipo, escoltan a la nave elegida para portar a la virgen. La salea es muy vistosa y popular pero aún lo fue más décadas atrás, coincidiendo con el auge de la actividad pesquera. La rula no descansa mientras que una retahíla de chupinazos hace que la fiesta llegue a su punto álgido. La procesión llega adentrarse una milla en el Cantábrico y rinde tributo, con una corona floral arrojada al agua, a todos los marineros que ya no están.
Acto seguido, los barcos atracan de nuevo en el muelle para que la procesión continue hacia la ermitada del monte Corberu. Un ascenso corto pero muy exigente para los costaleros hasta alcanzar de nuevo el altar mayor de la ermita.
Los marineros locales, curtidos de trabajar, no escatiman esfuerzos para que cada año la fiesta sea más grande, organizando eventos deportivos, juegos infantiles, chocolatadas, verbenas, espichas y marmitadas; un escenario festivo en el que confraternizan las familias y pandillas riosellanas. Antaño eran muy populares las carreras de tinas, los concursos de pesca a caña, la suelta de patos en la ría y las populares cucañas.
Una anécdota que cuentan los viejos del lugar:
En una ocasión que llovía a mares, un párroco, de cuyo nombre no vamos a acordarnos, decidió meter a la virgen en un saco o bolsa para llevarla rápido a la capilla, pero de camino a la ermita, en el Paseo de la Grúa tuvo un tremendo rifirrafe con una pescadera, de cuyo nombre no vamos a acordarnos, que por poco tira al cura al agua al parecerle poco adecuada la manera en que llevaba a la santa. Aquella mujer era famosa por la manera en que voceaba para vender las sardinas por la calle: ¡¡¡Que coleeeeeaan !!!.
Texto: © Ramón Molleda para ribadesella.com
