La villa de Ribadesella está en deuda permanente con el Monte Corberu, pues no sólo resguarda el pueblo de los vientos fríos y húmedos procedentes de la mar, sino que lo salva de la acción directa y demoledora de las marejadas. Con sus grandes lajas de piedra sufriendo la erosión constante, este monte forma una especie de península que se prolonga al Oeste, enfrentándose a otro monte, el Monte Somos, y dejando entre medias ese arenal con forma de concha que es la playa de Santa Marina.
Una panorámica de ensueño
Desde el entorno de la capilla de la Virgen de Guía divisamos una hermosa localidad atravesada por un río, un estuario bien delimitado, lleno de barcos, lanchas y yates; la playa de Santa Marina con sus imponentes casonas un poco más al Oeste; la bella y abrupta costa acantilada hacia el Este; numerosos macizos montañosos por doquier, y al Norte, la mar infinita y abierta hacia Gran Bretaña. Un vasto mar azul oscuro que se extiende hasta donde alcanza la mirada y mucho más lejos. «Desde Guía tenemos todo el paisaje metido en un puño», suele comentar Jose Luis Pandiello, uno de los fotógrafos más asiduos y populares del lugar.
No resulta difícil enamorarse de este sitio y de sus vistas. La altitud no es grande, pero avistamos el pueblo y el litoral con una perspectiva casi perfecta, una distancia idónea para percibir el bello curso del Sella, las formas amables del estuario y la suavidad con la que habitualmente se entrega al océano. Además, al atardecer (sobre todo durante el verano) podemos presenciar en directo una de las puestas de sol más memorables del país.
Un fortín defensivo
Desde nuestra posición descubrimos enseguida el carácter estratégico de esta colina; un punto clave de observación y defensa de la bahía desde tiempos remotos. En la parte del monte más cercana a la playa de la Atalaya se han encontrado restos desdibujados de una posible fortificación medieval. En el punto más alto de este promontorio, en un planicie verde conocida como el Llanu la Horca, su talud perimetral invita a pensar en un fase de ocupación romana como mínimo.
La explanada donde se asienta la ermita, con sus cañones apuntando al mar, nos deja bastante claro que este sí fue un lugar habilitado para defenderse de las amenazas llegadas de ultramar. Las referencias acerca de la existencia de una fortificación en esta zona datan del siglo XVI. Un fortín que llegó a reconstruirse en 1798 y que permanece en activo hasta la Guerra de la Independencia (1808), fecha en la que posiblemente se destruye. Cuenta la leyenda que las propias milicias riosellanas arrojaron los cañones al mar para evitar que cayesen en manos enemigas (estos cañones fueron rescatados en 1999 y restituidos a su emplazamiento original)
Una capilla marinera
Se trata de una capilla renacentista de finales del siglo XVI, aunque reformada a finales del siglo XIX. En la actualidad acoge la imagen de la Virgen de Guía, patrona de los marineros. Su retablo y tallas pertenecen a los años 40 del siglo XX y según los escasos textos y referencias conservados, al templo podría faltarle una nave, perdida probablemente en un desprendimiento del acantilado. El derrumbe habría dejado visible un arco y los arranques de una bóveda en la parte posterior de la ermita. Actualmente, su elemento mejor conservado es la portada sur, en la que aún se aprecia la obra original de cantería. A través de un ventanuco podemos otear el interior, donde llama la atención la colección de barcos que decora sus muros encalados.
La ermita está dedicada a la Virgen de Guía, patrona de los marineros. Una advocación mariana presente en casi toda España y cuya protección buscaron siempre los hombres de mar, navegantes y emigrantes. El milagroso origen de su figura, rescatada flotando en altamar, es común en los relatos sobre la aparición de las tallas. En Ribadesella, y como muestra de agradecimiento por su protección, tienen lugar su festividad (primer domingo de Julio), con procesión marinera por todo lo alto.
¿Cómo llegar a Guía?
Aunque existe un ascenso a la ermita por una escalinata al final del conocido Paseo de la Grúa, en la punta más septentrional del muelle local, lo mejor y más recomendable es iniciar el camino en el propio casco antiguo de Ribadesella, cerca de la Playa de la Atalaya, gracia a un itinerario ascendente que parte a la izquierda de un parque infantil arbolado. Está fácil de localizar y bien señalizado.
Desde aquí, la senda hasta la Ermita es un auténtico deleite. Quien la recorra podrá ir descubriendo distintas panorámicas de la villa marinera mientras va ganando altura, en un sencillo paseo sin demasiado esfuerzo (salvando, eso sí, una rampa inicial con un poco más de pendiente).
Una vez alcanzada la capilla y disfrutado de semejante mirador, podemos descender, ahora sí, por la escalinata que de forma serpenteante nos conduce al enlosado del Paseo de la Grúa, donde podremos seguir disfrutando de vistas muy bellas a nivel del mar, brisa marinera y olas que rompen en la playa frente a nosotros. Un escenario buscado por propios y extraños para admirar la puesta de sol en sus paseos vespertinos.
Texto: © Ramón Molleda para ribadesella.com