Ribadesella presume de encender la hoguera más grande en la noche de San Juan, la que más leña acumula, la que más tarda en apagarse y la que, consiguientemente, más calienta.
Pero en Ribadesella, San Juan es muchas cosas a la vez. Es una isla artificial sobre el Sella, una enorme mesa de tierra y hierba con manteles, sidra, gaitas y una inmensa hoguera que se enciende puntualmente a las 12 de la noche y que congrega a más de 3.000 personas de toda la comarca oriental. Todo crea la mejor disculpa de una transición esperada y socialmente asumida, que acontece con la llegada del buen tiempo. La celebración es así un acto asociativo que antecede a un rito de pasaje aparentemente atmosférico, y una gran mayoría de familias y pandillas se ceden gustosas las armas amables que hacen posible la vecindad: conversación, paellas, carnes a la brasa, sofisticados menús en otros casos, un poco de café al final, unas gotitas de licor, o mejor, un culín y otros cuantos más después.
Pero San Juan es también un «prau misteriosu», un continente de cuerpos y aromas que predispone al espíritu burlón y profano de Asturias. Bailar alrededor de la hoguera, beber sidra, cenar profusamente y acompañar la música de los orígenes es -da igual en el orden que se den estas circunstancias- otro acto asociativo pero esta vez ligado a la pervivencia de las almas de la naturaleza. El hombre sólo es una parte más, sin hegemonías, tal y como fuera bajo el animismo. Así que en la berbena que sucede a la quema queda en el aire cierto toque ancestral que la hace distintiva y fugaz, como la propia noche.
La noche más corta del año pasa aún más rápido en Ribadesella gracias a esta jira gastronómica y noctámbula en las que se improvisan carpas y chiringuitos para vivirla con permisividad y folixa. En esta fiesta silban los espíritus en medio de la convención, sale a relucir el rito y hasta bien entrada la madrugada se permanece en la charlas, corre aún la sidra y la magia imprescindible que aportan las llamas aún se siente.
Sólo la disminución de las temperaturas a la par que la hoguera va muriendo, y la humedad del Sella que siempre se apodera del recinto, hace que el fin de la noche más corta, ya en el amanecer, sea para los más atrevidos.
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Texto: © Ramón Molleda para ribadesella.com