Se trata de una singular propuesta de arte urbano donde cobran protagonismo las frases sencillas y motivadoras tatuadas en peldaños de colores vivos: «La vida está hecha de momentos» (como el de encontrar la escalera habría que añadir), «No importa el tiempo sino lo que haces con él», «Pies para que os quiero si tengo alas para volar», o la menos prosaica: «Hasta una patada en el culo te echa pa delante». Subiendo y bajando los escalones se nos llegan a ocurrir otras citas oportunas, como que «el principio y el final es la misma cosa», pues tal parece la esencia de esta escalera de color «super» optimista.
La idea de fondo de estas máximas siempre nos invita a alcanzar los sueños; cada uno de sus 56 escalones resulta ser «una nueva meta» tal como escribió el propio piragüista local Walter Bouzán. En todos estos escalones, además de deportistas, diferentes personalidades de la cultura, vecinos y empresarios de Ribadesella dejaron su firma al lado de una reflexión de su cosecha.
Un photocall perfecto
Caligrafías de todo signo y decenas de colores enérgicos forjan un mural fascinante. Un photocall perfecto para nuestros propósitos. Nos sentamos en grupo un@s frente a otr@s o hacemos como que subimos y nos volvemos pícar@s con nuestro mejor perfil a la cámara (móvil). Hay quien sube y baja escaleras para mantenerse en forma, pero aquí no hace falta, basta con meterse la barriga para dentro y descender con actitud altiva, como lo haría una estrella de revista. Aunque haya postureos y postureos, no hay insatisfacción aparente en la escalera de colores. Todo va bien. Podemos dar un salto acrobático para ser captados en el aire, o apoyarnos en plan pill@ en los muros. Lo más común, sin embargo, es mostrar nuestra mejor sonrisa, sin más pretensiones. Esos sí, tratando que el objetivo recoja un contrapicado en el que la escalera nos supere por arriba y nos enmarque. Si no contamos con ayuda, tendremos que recurrir al selfie, siempre más limitado -aunque con la opción del autodisparador se nos pueden ocurrir cosas interesantes. Los efectos estéticos y ópticos se cuentan por miles. Además, podemos repetir la misma toma hasta obtener el resultado deseado.
El barrio del Portiellu
Encontrar esta escalera sólo a partir de un par de indicaciones en el entorno es como participar en una pequeña y laberíntica gincana. La escalera, bastante empinada y más que centenaria, da luz y sentido a nuestra búsqueda. Es nuestro premio final. Un hallazgo de esos que, sin ser las cataratas del Niágara, resultan encantadores y gratuitos.
El influjo de esta escalera comienza por tanto en el mismo momento en el que conocemos su existencia. Alguien nos habla de ella y trata de explicarnos donde se encuentra. Jugar a localizarla después, en el mágico barrio del Portiuellu (de callejas tan austeras como sensacionales, pintorescas como pocas, con fachadas y muros cargados de flores y tiestos de colores) es algo con lo que los niños y no tan niños se lo pasan pipa.
«¡Aquí está!»
Pero por esta escalera han transitado ya miles de anhelos antes de la llegada de Instagram. No sólo los primeros habitantes de este primitivo barrio riosellano, cuna de la tradición marinera y ribereña local, sino los propios peregrinos que camino de Santiago, desde hace siglos, transitan por el Portiellu.
La escalera de colores se localiza entre las calles Trasmarina y Villar y Valle, salvando un pronunciado desnivel. Es una escalera muy útil por su ubicación, ya que en época estival la utilizan miles de turistas para descender a la villa desde los aparcamientos del extrarradio.
“La Escalera de Colores”, uno de los rincones más visitados y fotografiados de Ribadesella, fue ideada precisamente por el fotógrafo Jonathan Hevia, un laureado artista local que sabía que este proyecto ayudaría a revalorizar el interés y la belleza del barrio en el que vive.
La escalera fue inaugurada en el mes de agosto del año 2015 y ya ha cumplido con creces su objetivo.
Texto: © Ramón Molleda para ribadesella.com