Puede que el Portiellu sea una de las zonas más bonitas y menos conocidas de esta villa, con casas muy antiguas que se asientan prácticamente sobre las rocas de la primitiva ribera escarpada del Sella. Zona además en la que se erigió el primer puerto local y que, a su vez, hizo posible la concesión de la preciada Carta Puebla. Es un barrio muy antiguo que lejos de resultar angosto se nos presenta con espíritu entusiasta, con macetas y escaleras pintadas de colores vivos, con flores y buganvillas por doquier, con bellas edificaciones y coquetos patios y jardines traseros llenos de magia y encanto.
Un barrio fundacional
El topónimo de El Portiellu puede referirise a un «portillo»: camino estrecho entre dos alturas, acceso o paso de entrada a la población, pequeña zona portuaria. Cualquiera de estas significados aceptados por la R.A.E le viene bien. En el Portiellu confluían los caminos del mar y los de la tierra, siendo la puerta de entrada para arrieros, campesinos, marineros, comerciantes, peregrinos y aventureros de antaño. La actual calle dedicada al cronista Guillermo González, que salva el desnivel con escaleras, fue antiguamente una empinada rampa por la que descendían caballerías, carros, y carretas hacia el primer puerto que tuvo Ribadesella. Se extendía frente a la que hoy se conoce como «Calle Oscura», donde algunos islotes de la ría ponían a resguardo bateles y lachas; embarcaciones que se dedicaban fundamentalmente a la pesca del salmón.
Debido a su disposición un tanto elevada y con límites físicos bien marcados, El Portiellu quedó «aislado» de los posteriores focos de crecimiento urbano y terminó siendo «periferia»; fuera del ensanche decimonónico, de la nueva zona portuaria, de otros incipientes barrios marineros como el de Santa Ana, La Cuesta o el Cobayu, y más alejado aún de las casonas y villas que la burguesía foránea contruyó en la zona de la playa de Santa Marina. A mediados del siglo XVIII la actividad marinera, que ya empleaba barcos más grandes para la pesca y el cabotaje, abandonó el Portiellu y se trasladó a la parte final de la llamada calle Aguda (la actual Manuel Caso de la Villa con prolongación hacia el Paseo de la Grúa).
El Portiellu más contemporáneo
De cualquier forma, hasta bien entrado el siglo XX este barrio mantuvo un gran dinamismo y siguió siendo puerto fluvial para el transporte de personas. Resultó imprescindible para trasladar «los paisanos y paisanas» (y todos sus bártulos) desde la orilla más urbana a la más rural -que aún no contaba con carreteras que la conectasen con el puente. Patronos muy populares en aquella época capitaneaban botes que rendían viaje en el Picu Ramonón, La Huertota y La Piconera. Allí se apeaban los «audaces» viajeros de las aldeas de Ardines, Sardalla, Junco o Tezangos. Los embarques tenían lugar los miércoles y domingos a media tarde. Primero llegaba la mercancía, después las personas: una ahora, más tarde dos, después otra –»¿Cuántos faltan?» – preguntaba un tal Monona. – «Falten tres entovía» – «¡Pues a buscalos!». También se realizaban continúas excursiones para acercarse a la famosa Cuevona y, destruido el puente del Sella durante la Guerra Civil, las lanchas del Portiellu cruzaban a todo el mundo al barrio de El Picu (hasta 1940).
El Portiellu tenía incluso playa propia: la «playona», en una zona fluvial hoy urbanizada que a marea baja y media marea permitía que sus habitantes tomasen el sol y disfrutasen del agua del Sella. Sus «casetas de baño» eran los crecidos maizales de las inmediaciones. También durante el verano toda esta parte de la ría estaba frecuentada por lanchas cargadas con gente que iban de salea y desembarcaba en las juncaleras a merendar. La llamada «Juncalerona», más cercana al puente, era el cementerio de toda clase de embarcaciones y eran habitual encontrar los restos de boniteras y botes menores. En estas marismas también abundaban los cámbaros (cangrejos) y la xagorra (gusano de tierra muy húmeda) empleados ambos como cebo para pescar a caña.
Durante casi todo el siglo XX, la fiesta de San Juan fue una de las verbenas por antonomasia de Ribadesella. Tenía lugar en la plaza de la fuente del Portiellu y dicen que eran las chicas las que sacaban a los señores a bailar para revisar si detrás de la solapa tenían un trébol de 4 hojas (la que lo encontrara se ganaba un premio). Actuaba también la admirada Danza de Arcos y había Gigantes y Cabezudos. Tras varias décadas olvidada, esta fiesta se celebra de nuevo por todo lo alto.
Un paseo por El Portiellu
Esta singular y coqueta plaza de la fiesta sirve también de entrada a la villa para los peregrinos que siguen la Ruta Jacobea de la Costa. Resulta ser un punto de gran interés arquitectónico, con varias casonas vinculadas a antiguos propietarios de las conserveras locales. El resto de las viviendas del Portiellu, en buena parte muy reformadas, son de dos o tres pisos y fueron construidas entre los siglos XV y XIX.
Nadie debería abandonar Ribadesella sin un reconfortante paseo por este enclave tan riosellano. Las fachadas de piedra de las casas, sus contrafuertes, antiguos pasadizos y largas y estrechas escaleras, nos llevan de sorpresa en sorpresa. Recorriendo sus calles principales, la calle Oscura o la calle Infante, y otras entramadas y más estrechas que éstas, como La Marina (hoy Cronista Guillermo González) o Trasmarina, llegamos a atravesar un pequeño y coqueto jardín de espíritu tan alegre y romántico como los versos que el gran cronista dedicó a su calle:
Mi calle de La Marina
quién te vio y ahora te ve
con tu cara reluciente
aromada de clavel;
con tus casas encaladas
y jardines por doquier
y esa gracia que transpiras
por los poros de la piel.
Guillermo González es uno de los mejores exponentes riosellanos de esas tertulias literarias que abundaron en España durante la primera mitad del siglo XX. Junto con unos amigos crea la tertulia literaria «El Portiellu», gracias a la cuál se funda el periódico local «Somos» (1954 -1960).
Si necesitamos más motivos para visitar el Portiellu, ahí va otro: en la calle del Infante número 17 existe un inmueble con una cruz en el dintel de su puerta donde estuvo situado el antiguo convento de frailes de La Victoria; convento en el que se hospedó el príncipe Carlos, futuro Carlos I de España y V de Alemania, cuando llegó a la villa en 1517 tras su desembarco asturiano en Tazones.
También hallamos en El Portiellu «La Escalera de Colores», uno de los rincones más visitados y fotografiados de Ribadesella. Se trata de 56 peldaños en el que diferentes personalidades de la cultura, deportistas, vecinos y empresarios de Ribadesella dejaron su huella, pintando cada escalón de un color y plasmando con su firma una frase llena de optimismo y reflexión.
La Escalera de Colores
Ser uno de los rincones más fotografiados de Ribadesella tiene mucho mérito. En esta villa marinera de…
Del Portiellu daremos el salto al resto de la villa riosellana. Llegaremos enseguida a la Plaza de la Reina Mª Cristina a través de la calle Infante. Aquí está el Ayuntamiento, edificación renacentista del siglo XVI. Al otro lado de la plaza, frente del Ayuntamiento, vemos el busto de don Agustín de Argüelles, apodado El Divino por su oratoria. Abogado, político y diplomático , nacido en Ribadesella en 1776, y uno de los padres de la Constitución de Cádiz de 1812. Muy cerca de aquí La Plaza Nueva, la Iglesia Parroquial de santa María Magdalena y un largo etcétera de motivos por los que Ribadesella es una de las villas marineras más visitadas del Cantábrico.
La villa de Ribadesella
La villa de Ribadesella es la capital de un municipio cercado por montañas, playas y acantilados. Sin ir…
Texto: © Ramón Molleda para ribadesella.com