Hablamos de un enclave un tanto secreto a pesar de encontrarse en el mismo casco urbano. Frecuentado por bañistas e incondicionales locales, se localiza a los pies del Monte Corberu; un paisaje protegido de la costa oriental asturiana.
Las guías al uso llaman a este rincón riosellano «Playa de la Atalaya», y la describen como una pequeña cala de grava (grijo) y cantos rodados, con afloramientos rocosos y forma de concha, con rampa de acceso, servicio de salvamento y aseos durante el verano. Pero la Atalaya es mucho más que esto, pues ha terminado por dar a nombre a un barrio entero del casco antiguo de Ribadesella. En el barrio de la Atalaya hay también una torre homónima: la torre de la Atalaya, peteneciente al palacete o casona de la Atalaya. Hay un parque (de la Atalaya), y un antiguo lavadero vecinal (el de la atalaya), y las escuelas públicas (de la Atalaya). Muchas cosas en Ribadesella toman su nombre prestado, entre otras un famoso semanario local de los años 20 y 30 del pasado siglo.
Además, esto que algunos llaman «playa», en el habla local siempre ha sido un «pedral» (pedrero): el pedral de l’Atalaya. Y no porque le falte entidad para ser playa, sino porque la ausencia de arena es para los riosellanos sinónimo de pedral. Un «pedral» por tanto, de muy fácil acceso desde el casco urbano pero indómito al mismo tiempo. Un rincón milenario, mítico, que salvo por los cambios generados por la erosión y las corrientes marinas ha permanecido inmutable por los siglos de los siglos. Por eso la gente de Ribadesella suele comentar de algo o alguien que tiene edad avanzada: «es más vieyu/a que l’Atalaya».
A pie de pedral, en bajamar, nos cautivan los pozos cargados de algas, esponjas, arcinos (oricios), estrellas de mar, bígaros, pulpos… El ecosistema de este lugar es prodigioso. Niños y no tan niños se afanan con sus calderos y esguileros (cedazos) a la caza y captura de cangrejos, pececinos, quisquillas (camarones) y otras piezas menores. Un marisqueo de menudeo muy entretenido y saludable en el que hay que evitar el contacto con las «aguasmalas»; anémonas con pequeños tentáculos urticantes (en Cádiz las llaman ortiguillas).
La Atalaya es un pequeño oceanográfico lleno de vida y lo ha sido para generaciones y generaciones de riosellanos, que desde tiempos remotos cogen llámpares (lapas) con un cuchillo o una piedra plana con la que dar el golpe justo, y rápido, para soltar el molusco antes de que se agarre a la piedra con más fuerza. Y en los «pocinos» de agua cristalina los «guajes» apañan los bígaros desde siempre, o arrancan algún arcín (oricio) y se lo comen crudo (no hay gripe que lo resista). Bien calzados, para resbalar lo menos posible, con las antiguas sandalias cangrejeras, las zapatillas camping de lona marina que se inundaban de agua (flop-flop) o las típicas chanclas. Hoy en día, adultos y niños suelen enfundarse los «escarpines» más modernos para ir al pedral. Con ellos es más fácil «engolarse» en una roca, macizar y pescar a marea alta: gobitos, xulias, xaragos, lo que se tercie -o más bien lo que pique.
Hasta los cantos rodados esconden su recompensa pues durante le siglo XX se escogían algunos de ellos de color blanco y con ciertas cualidades, y se machacaban para usar el polvo como producto abrasivo de limpieza. Entre el grijo se buscaban también durante horas las escasas y muy apreciadas orejines y margaritines, conchas erosionadas y nacaradas estupendas para hacer colgantes.
Los niños se llevan los bocadillos y se pasan horas y horas buscando tesoros en la Atalaya, y vuelven a casa oliendo a mar y marrachu (ocle). Pero además de buscar todas esas maravillas, se bañan en las zonas más propicias para ellos: el Regatón o la Peña de la Guía.
Los adultos, mientras tanto, se tumban en una roca o se acomodan en el grijo para sus baños de sol-sol. Broncearse en la Atalaya es «un punto más«, pues es una suerte de «tostaderu» como la llaman algunos. La acción solar es doble pues se acumula como fuego en las rocas y piedras jurásicas. La Atalaya es todo un Spa & Wellness para dorarse y desestresar sin coste alguno. Aunque antaño las quemaduras en la piel llegaban a ser terribles. Todos los veranos se pelaba la piel por la nariz, por los hombros, la espalda… Las chicas, por falta de información en aquellos tiempos, se untaban aceite de coco para ponerse más morenas si cabe, poniendo en riesgo su salud.
Cada rincón, cada piedra singular, cada pozo tiene su nombre propio, como el Pozu les Vieyes, perfecto para el baño de las personas mayores. Caminando hacia la izquierda desde la Atalaya podemos disfrutar de otros pedrales con muy buenas zonas de baño como el de Borines, Socampo o Canales. Hacia la derecha continúan el pedralín de Xico, Arbidel, Arra, Tomasón o Paluverde. El acceso a todos estas «playas» no es del todo fácil y es preciso conocer los accesos con gente de la zona.
Los pedrales de Ribadesella
Combinan la caducidad de sus formas sometidas a la erosión con la muestra perenne de las especies que lo han…
Texto: © Ramón Molleda para ribadesella.com